viernes, abril 26, 2024

América, te hablo de Ernesto

El 29 de junio de 1952 ha quedado grabado a fuego en la memoria del fútbol colombiano. En aquella jornada El Ballet Azul, el memorable equipo de Millonarios de los argentinos Alfredo Di Stéfano, Adolfo Pedernera y Néstor Rossi, humilló en el clásico de Bogotá a Independiente Santa Fe. Los azules se regodearon en el Campín con el histórico 6-0, la victoria más abultada del derbi bogotano. Sin embargo, esa misma tarde y a más de mil kilómetros de la capital, en un pueblo a la vera del Río Amazonas, limítrofe con Brasil y Perú, dos argentinos también se anotaron en los anales del fútbol cafetero. “Alberto estaba inspirado; con su figura parecida en cierto modo a Pedernera y sus pases milimétricos, se ganó el apodo de Pedernerita, precisamente, y yo me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia”. Alberto es Alberto Granado. Y él Ernesto Guevara de la Serna. El Che.

Para un argentino resulta imposible hablar de Cuba y no mencionar al compatriota más famoso de la historia, incluso cuando no es de política de lo que se está charlando. Es que mucho antes de la lucha en la Sierra Maestra, el Che había tenido una vida bien argentina en las sierras cordobesas de Alta Gracia y más tarde en Buenos Aires. Nacido en Rosario, dicen que le tiraban los colores azul y amarillo de Rosario Central. Aunque en sus años de exposición haya sido mejor conocido como un excelente ajedrecista y promotor del deporte-ciencia en la isla, el fútbol ocupó un lugar de gran importancia en su mapa deportivo y que vale la pena repasar.

No hace falta recurrir a la lucha armada para descubrir en el Che una vocación guerrera, de lucha permanente. Su primera batalla la libró contra una neumonía contraída cuando llevaba apenas dos semanas en este mundo. La enfermedad dejó secuelas permanentes, una propensión a las afecciones pulmonares que estalló a los dos años cuando sufrió su primer ataque de asma. El pequeño Ernesto había tenido la suerte de haber nacido en una familia de buena posición económica, lo que facilitó la mudanza de los Guevara a la ciudad cordobesa de Alta Gracia, donde el aire contenido por valles y sierras es un bálsamo para las enfermedades respiratorias.

El Che niño era un deportista implacable al que no le importaba que la vida se le fuese en ello. Los padres intentaban cuidarlo, pero era irreverente. Ni siquiera se atemorizó cuando luego de caer desvanecido durante un partido de rugby el médico le dijera que había estado a punto del infarto. “Sólo dejaré de practicar deportes cuando me muera”, les comunicó a sus padres, sin dejarles alternativas.

A decir verdad, el rugby fue el deporte que practicó con mayor seriedad durante su adolescencia. Era un medio scrum inteligente pero con tackle voraz, la más poderosa de sus armas. Siempre conseguía que algún compañero de equipo corriera por fuera de la línea de la cancha con el inhalador en mano, por si necesitaba controlar su asma. En Córdoba jugó en el Club Estudiante y en Buenos Aires lo hizo primero en el San Isidro Club, del cual su padre había sido fundador y su tío era el presidente. Luego, a pedido de su padre, el tío (a través del entrenador) lo dejó fuera del equipo y él se unió al Atalaya. En el partido final del torneo de ese año jugaron contra el SIC, anotó el try de la victoria y casi lo trompea al entrenador de su ex equipo, Mario Dolan.

Por aquellos días en Buenos Aires, Fuser, el Pelado o Chancho, como lo llamaban ya en sus tiempos de estudiante de medicina y vacunador en la municipalidad, era redactor de la única revista de rugby que se editaba en el país: Tackle. De ella se publicaron 11 números y en seis aparecen artículos firmados por un tal Chang-Cho. Ésta, su primera intervención como cronista deportivo, serviría para que años más tarde cubriera algo más grande: los Juegos Panamericanos de México 1955. Lo hizo como fotógrafo –su verdadera profesión desde que estaba en México– y redactor deportivo para la Agencia Latina, dirigida por otro médico argentino, Alfonso Pérez Vizcaíno. Fueron dos semanas en las que durmió un promedio de 4 horas; por día escribía varios artículos, tomaba y revelaba las fotos. Cuando los Juegos finalizaron, la Agencia fundió y la plata no apareció hasta después de seis meses.

A lo largo de su vida practicó también la natación, el golf, el ciclismo, el alpinismo y otros tantos deportes. Pero el fútbol nos aúna. Y el fútbol del Che no es para despreciar. Fue en su infancia y adolescencia uno de sus pasatiempos preferidos. La práctica del fútbol lo halló casi siempre parado debajo de los tres palos debido a las dificultades de su enfermedad. Ya de grande el fútbol fue para el Che, por sobre todas las cosas, su gran compañero de viaje latinoamericano. La primera travesía por el continente la realizó junto a Granado a bordo de La Poderosa II, una moto modelo 1939 de 500cm3 de cilindrada. En verdad, la moto sólo logró llevarlos hasta Chile, ya que sus tantas averías, producto de mil caídas en ruta, la terminaron por convertir en chatarra.

Y fue ahí mismo en Chile cuando el fútbol aparece por primera vez en la historia de este viaje. Cerca de la Salitrera de Toco, bien al norte del país, un grupo de obreros de construcción de carreteras se hallaba jugando un picado. Los dos viajantes se sumaron al partido y fueron contratados por los trabajadores para disputar un torneo al domingo siguiente; consiguieron sueldo, casa, comida y transporte hasta Iquique. Dos días después perdieron, pero Alberto deleitó a los chilenos con unos chivos asados. Luego viajaron a Arica y entraron a Perú por el puesto aduanero de Chacalluta.

En Perú participaron de partidos en llanos próximos a Machu Picchu, de los cuales también formaron parte el gerente y empleados de un hotel de la zona turística que luego le facilitaron el alojamiento y la comida. El 1 de mayo de 1952 llegaron a Lima y trabajaron en un leprosario, donde no sólo se ganaron el cariño de los pacientes por el trato de igual a igual que practicaron, sino que también jugaron al fútbol con ellos. Más tarde abandonaron la capital y por el Río Amazonas se dirigieron a San Pablo, donde otro leprosario peruano recibió tanto más de sus manos galenas y de su fútbol argentino.

El 23 de junio desembarcaron en tierras colombianas, en el poblado de Leticia, del cual se desprende la anécdota del inicio. Sin embargo restan detalles de aquello. Allí fueron contratados como entrenadores de un equipo de fútbol de la liga local, donde el deporte se practicaba con una velocidad de antaño y una técnica poco depurada. El domingo 29 jugaron un partido del lado brasileño del Amazonas y a la tarde participaron del torneo en el que, al ver el nivel que sus dirigidos demostraban, decidieron alinearse.

Días más tarde y ya en la capital colombiana asistieron al amistoso entre el club Millonarios y Real Madrid. En esas jornadas visitaron al argentino Alfredo Di Stéfano, entonces en Millonarios –luego en Real Madrid, claro–, que se interesó por el viaje de ambos y además les regaló un par de entradas para el otro amistoso que Millonarios también le iba a ganar a los españoles.

El 14 de julio ya habían llegado a Caracas, donde volvieron a ser espectadores de un nuevo choque entre los mismos equipos, que habían sido invitados para inaugurar el Estado de la Ciudad Universitaria de Caracas. En esta ocasión, el Che prepoteó a un español y Alberto y el amigo que les había pagado las entradas, García Butillo –embajador de Venezuela en Cuba en 1965–, tuvieron que separarlo ante la evidente inferioridad física de Ernesto.

El periplo junto a Alberto Granado, que había conseguido trabajo en un leprosario y decidido quedarse allí, culminó en Bogotá. El 26 de julio el Che tomó el avión de regreso que hizo escala en Estados Unidos, donde permaneció un mes por desperfectos técnicos.

Cuando culmina su primera experiencia como trotamundos, también empieza a terminar la etapa del fútbol en su vida. Aquel viaje de ocho meses que llegó a su fin en agosto de 1952 lo cambió. En 1953 se recibió de médico y para el 9 de julio de ese mismo año ya había armado las valijas del viaje, esta vez con Carlos Ferrer, del que nunca volvería.

El peregrinaje comenzó vía ferrocarril en Retiro y tuvo como primer destino a Bolivia. Luego continuaron por Perú, por pasos ya andados, para seguir por Panamá y Guatemala, donde conoció a exiliados cubanos que habían participado del Asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de ese año, que comandado por Fidel Castro había tenido por objetivo derrocar al dictador Fulgencio Batista.

Ya en 1954 se instaló en México, donde se ganó el pan como fotógrafo y luego como redactor deportivo, como ya ha sido relatado.

Por estos años no existen registros del Che vinculados con el fútbol. El alpinismo pasó a ocupar sus ratos de ocio. En 1955 conoció a Fidel Castro, que exiliado en México preparaba a la guerrilla del Movimiento 26 de Julio para un nuevo intento de que la Revolución triunfe. Guevara comenzó el entrenamiento militar y la práctica de tiro.

Luego del desembarco del Granma y del comienzo de la lucha en la Sierra Maestra, el Che conoció al Comandante Camilo Cienfuegos, un fanático del deporte nacional de Cuba: el béisbol. A partir de ese momento creció su vínculo con este deporte. En tanto nunca abandonó la práctica del ajedrez, quizás por la comodidad que llevarlo a cabo implica. Un tablero, un par de metros cuadrados en cualquier lugar del mundo y alguien dispuesto a medir sus fuerzas con el guerrillero que ya había alcanzado el rango de Comandante.

Cuando la Revolución triunfó, el argentino tomó el cargo de Ministro de Industria y se involucró fuertemente en el deporte de la isla. Según contó el entonces director de la Dirección Nacional de Deportes, Felipe Guerras Matos, el Che realizaba llamadas constantes para preguntarle por el progreso del fútbol. Además, en 1961 creó el INDER, el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y la Recreación, que todavía hoy regula a todos los deportes de Cuba.

Durante sus años cubanos y de últimas guerras dedicó casi por completo su tiempo al ajedrez, del cual fue un gran impulsor creando el famoso torneo Capablanca In Memoriam, en homenaje al Gran Maestro José Raúl Capablanca, campeón del mundo entre 1921 y 1927, que también había sido su primer contacto con Cuba en el año 1939, cuando en ocasión de las Olimpíadas de Ajedrez Capablanca viajó a Buenos Aires y ganó una medalla de oro. Cabe destacar la calidad de ajedrecista que era el Che, que largamente superaba las de un aficionado común y corriente. Entre sus actuaciones más destacadas pueden mencionarse dos tablas con el Gran Maestro argentino Miguel Najdorf, que en su visita a la primera edición del Capablanca In Memoriam evocó su enfrentamiento con el Che en unas simultáneas:“Recuerdo que el entonces joven Guevara fue uno de los pocos que lograron hacerme tablas en Mar del Plata en el año 1949, ¿se acuerda usted comandante?”. Además de Najdorf, el Che logró tablas contra el GM checo Miroslav Filip, otras contra el GM estadounidense Larry Evans, tablas también contra GM soviético y campeón del mundo Mijaíl Tal y frente al GM yugoslavo Petar Trifunovic. Además perdió contra el GM soviético Víctor Korchnoi y cosechó algunas victorias frente a Maestros Internacionales, como con el inglés Robert Wade. El amor por el deporte-ciencia fue tal que hasta para su última batalla en Bolivia ordenó la compra de algunos tableros para jugar cuando el tiempo se lo permitía.

Con Najdorf luego de las simultáneas en La Habana.

A pesar de su casi exclusiva atención al ajedrez, todavía restan vínculos entre el comandante y el fútbol, al que relegó de sus principales actividades pero que nunca olvidó. En mayo de 1963 el club Madureira de la Primera División del fútbol brasileño visitó Cuba. Allí jugó contra el campeón nacional, el equipo habanero Industriales, y ganó 5-2. Luego se midió con el Combinado Habana y el Che fue espectador del encuentro y partícipe de un saludo de cortesía dentro del campo de juego antes del comienzo del mismo. Por eso días también presenció el choque entre la selección de Cuba y el Dínamo de Kiev ucraniano, entonces soviético.

Un año antes había participado de un partido de fútbol en Santiago de Cuba ante un equipo de la Universidad Oriental, del que Granado, que residía en Cuba desde 1961 por pedido del Che, relató que Fuser realizó una atajada de manera profesional y que su equipo ganó 1-0. Durante el primer tiempo había ocupado posiciones de ataque, teniendo que recurrir en más de una ocasión al inhalador.

Mucho tiempo después, luego de fracasar en su expedición revolucionaria por el Congo, partió hacia Praga. Durante una excursión por un bosque de las afueras de la capital checa se topó con un grupo de muchachos que practicaban fútbol y se les unió. De aquella estancia en Praga, José Luis Ojalbo, funcionario del Departamento América y encargado de tramitar la llegada del revolucionario a Europa, dijo: “Lo recuerdo pegado a la radio con mucho interés escuchando los juegos de la Copa del Mundo de fútbol de 1966”. Esta declaración deja sentenciado el apego del Che por el fútbol aun en sus últimos años de vida, aun lejos de su patria futbolera, de los nombres de todos los equipos de Primera División que podía cantar de memoria, de su marca hombre a hombre en Bower (un pueblito cordobés entre Alta Gracia y Córdona), de sus atajadas por todos los rincones de Sudamérica. No resulta difícil imaginarlo en aquellas tardes de 1966, cuando seguramente puteó en criollo con el gol de Geoff Hurst para el 1-0 definitivo de Inglaterra, y apretó con Antonio Rattín el banderín inglés de camino al vestuario, luego de caer con nada decencia en Wembley.

Del Che y el fútbol cubano queda la sensación de que no logró transmitirles a los dirigentes la pasión por este deporte que terminaron relegando con el pasar de los años y de su muerte. Con él, quizás hubiese sido otro el futuro del fútbol en la isla.

Ya convertido en mito, el Che ha logrado conquistar el interés de los habitantes de todo el mundo, que han tomado su vida como ejemplo de lucha. Los homenajes con su rostro y en particular con la famosísima foto que Alberto Korda le tomó en 1960, se repiten en cada ciudad del globo. Pero en la actualidad hay dos equipos de fútbol que decidieron llevar el retrato a su camiseta: el Madureira, aquellos cariocas que visitaron Cuba en 1963, y el Club Social Atlético y Deportivo Ernesto Che Guevara, de la ciudad de Jesús María, Córdoba.

Del homenaje del Madureira se puede decir que fue en motivo del 50 aniversario de aquel partido disputado en el Estado Universitario de La Habana, y que fue el equipo de fútbol sala el que vistió la camiseta con su rostro y la leyenda: “Hasta la victoria siempre”.

Por su parte, al Club Social Atlético y Deportivo Ernesto Che Guevara lo fundaron en 2006 Mónica Nielsen –primera y única presidenta–, Claudio Ibarra y María Luna. Las particularidades que distinguen a este club de otras instituciones tradicionales son las estrictas políticas deportivas y económicas. Por ejemplo, la camiseta que lleva la cara del Che en su frente está limpia de publicidades; los jugadores no pueden ser transferidos a otros clubes: simplemente el Che les dejará el pase en su poder a aquellos que decidan seguir sus carreras en otro lugar. Tampoco existen los socios en este club que rompe con los moldes, y en su lugar se promueve la realización de rifas, ventas de comidas y, principalmente, que su gente se involucre para crear un núcleo de pertenencia, según explicó Mónica a El Gráfico. Para cuando hace las veces de local en la Liga Regional Colón, el club Deportivo Colón le cede su estadio gratuitamente, aunque ya resten pocos de estos días: la Sociedad Rural de Jesús María le donó un terreno en Colonia Caroya para que construyan su propia casa, que ya está tomando forma gracias al trabajo de toda su gente.

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