Iván Lorenz @Ivanlorenz_
No todas las mujeres poseen los medios para dedicarse al básquet. La Liga profesional tiene apenas dos años. La base formativa tambalea. No siempre gozan de sueldo. A veces, además de entrenar, tienen que trabajar y estudiar. A pesar de los impedimentos, siguen dejando la vida por aquello que consideran su pasión.
“Ser mujer en el básquet es una lucha constante”, dice Sofía Aispurúa, jugadora de Obras. Sin embargo, la hija del Vasco Aispurúa no sufre tanto las injusticias. El problema surge cuando se pone en la piel de sus compañeras que quizás no gozan de sueldo y deben trabajar para poder jugar. De no hacerlo, podrían estudiar aparte. ¿Por qué no las dos cosas juntas? Madrugar, cursar, trabajar y, con el resto del cuerpo, llegar a entrenar. Es una situación que a la basquetbolista de 190 centímetros le genera mucha bronca, porque no reciben lo que les corresponde.
Para eliminar las diferencias que existen entre jugadores y jugadoras, Sofía cree que es necesario generar una unidad. Ahora bien, las basquetbolistas, a diferencia de los hombres, no se encuentran protegidas bajo el ala de una Asociación de Jugadoras. Aispurúa, sin embargo, cree que aún no están listas para conformarla. Necesitan asesoramiento para poder saber qué hacer o aunque sea, contar con un abogado y un contador, cosa que sí tienen los muchachos.
Pero el asesoramiento no es el único problema con el que cuentan para formar la Asociación. Una vez creado, el ente abarcaría a las basquetbolistas de todo el país. Sofía cree que cuando empezasen a relatar sus problemas se volverían locas. Por ejemplo, una de las veces en las que se juntaron para pensar en formar el organismo, las jugadoras de las provincias les contaron que debían pagar por día sus entrenamientos.
Sofía juega en Obras. El club pertenece a la Liga Femenina de Básquetbol que se creó en 2017. Según cuenta la ala-pivote, el desarrollo de la Liga generó que se les dé prioridad sobre las inferiores para el uso de las canchas para entrenar. Antes, los más jóvenes tenían más derecho que la primera de mujeres.
Es de esperar que con el lanzamiento de un torneo profesional las mujeres estén todas contratadas y gocen de un salario. Sin embargo, a diferencia de los jugadores, ellas no pueden vivir del básquet: “Estoy segura de que un juvenil de cualquier equipo de Liga cobra muchísimo más que la mejor jugadora de Selección argentina, ya sea porque le dan cash o casa y comida”, dice Paula Reggiardo, exjugadora de la Selección nacional. Además, sostiene que desde la concepción son todas profesionales: dedican su vida al básquet, se entrenan todos los días.
Entrenar toda la semana es difícil. Paula cuenta que para ello hay que buscar cancha y los clubes que dan la posibilidad de practicar todos los días escasean. Los horarios son los que hay. Es difícil adaptarlos a las necesidades de las jugadoras. Luego, alguien del club debe estar dispuesto a hacerles de entrenador. No hay estructura. No pueden dedicarse. Tienen que optar por otras salidas: estudiar, trabajar o jugar afuera. Si emigrar no es una opción, deben encontrar una carrera que les guste o un trabajo que les permita hacer todo a la vez.
La Liga le otorgó difusión al femenino. Pero no alcanza. Paula cuenta que una vez tuvo una charla con un chofer de taxi que le dijo que si querían fomentar el básquet de mujeres había que consumirlo. Reggiardo coincidió, pero ¿cómo consumir un deporte que se transmite poco y nada por televisión? La Liga consiguió que los medios comenzasen a hablar un poco más de ellas, a pesar de que todavía no se transmite al igual que el masculino. Resulta raro encontrar un partido de femenino haciendo zapping.
La Liga Femenina de Básquetbol tuvo solo dos ediciones. Empezaron once equipos y al siguiente fueron ocho. Cuatro son de Buenos Aires y el resto de provincias distintas: Las Heras, de Mendoza; Ameghino, de Córdoba; Roca Mora, de Entre Ríos y Quimsa de Santiago del Estero. La liga masculina, por su parte, presenta 20 equipos y solo ocho no pertenecen a Buenos Aires.
El básquet femenino queda centralizado en Buenos Aires y para Paula Reggiardo es un problema. En especial para las chicas que emigran desde las otras provincias: “Una piba que se viene a Buenos Aires tiene que adaptarse. No te cocina nadie cuando venís de entrenar cansada. Tenés que trabajar porque no te pueden bancar tus viejos porque por ahí ya pagan el alquiler”. Algunos chicos, por el contrario, gozan de estadía paga o bien de un sueldo que les permite vivir, dependiendo de lo que pacten con el club.
Las jóvenes que emigran no son remuneradas. Reggiardo cuenta que existe un sistema de becas, una especie de sustento. Sin embargo, “las mujeres no hablan de dinero, nunca. No sé por qué. Es una tontería, un tema tabú. Se saben más los números los hombres”.
Los problemas no solo subyacen en la etapa profesional. Como dice Paula, “una disciplina no puede crecer renga”. Las etapas formativas son la base. El básquet femenino cojea. No todos los clubes permiten a las mujeres jugar con varones. No es un deporte considerado femenino. “Si queremos apostar por el femenino. Desde su paga, desde dar las condiciones y exigir contrato, hay que mejorar la base para que cada vez pretenda ser más profesional”, dice Paula Reggiardo y pregunta: “Estas mismas pibas, con todo lo que hicieron por el básquet en su vida, con otras condiciones, con otra base de pirámide, ¿Sabés lo que jugarían?”
Quizás esa pregunta es la que resuena en la cabeza de la jugadora de Quilmes, María Olart. La joven de 18 años no tuvo la posibilidad de formarse en un club con otras nenas. De pequeña, decidió jugar donde lo hacía su hermano, Santiago, que no forma mujeres: Boca.
La elección llegó junto con las dudas. “Va a ser machona”, “va a agarrar las costumbres de ellos”, “no hay una nena que juegue con ella”. Si no eran machonas, entonces tenían que ser lesbianas. La jugadora de Quilmes cuenta que ella no tuvo problemas con los prejuicios y nunca le importaron, pero conoció muchas chicas que, por ese tipo de comentarios, dejaron el básquet.
El prejuicio impide el desarrollo de las pequeñas basquetbolistas. Es aún más difícil cuando experimentan cosas como las que vivió Olart cuando jugaba con varones: “Muchos partidos me pasaba que los nenes no me querían marcar porque era nena o me dejaban hacer los goles. Otras, yo metía dos o tres tantos seguidos y el entrenador les decía que les había metido un gol una chica”.
La joven de zona sur sigue entrenando en Quilmes, pero también decidió estudiar medicina. “Hasta hace 2 años yo decía que iba a vivir del básquet y a medida que fui creciendo me dí cuenta de que lo pueden hacer pocas personas. Si no sos buena a los 17 y no estás en un equipo de primera olvidate del básquet. No vas a vivir de eso porque no tenes los medios”. Por otro lado, sus amigos varones siguen jugando al básquet. Algunos están en el banco de suplentes de equipos de Liga e incluso se dan el lujo de estudiar, a la par que entrenan todos los días.
Siendo más pequeña para María el básquet tenía otra relevancia en su vida: “Hoy en día me divierto. En esa época vivía para eso. Era chica a los 15 y mi vida era entrenar, jugar y estar con mis amigos. Hoy me lo tomo más relajada y tengo otras prioridades como mi carrera. Mi futuro hoy ya no es el básquet”.
Paula Reggiardo acuña un concepto que refleja, en cierta forma, a las jugadoras de básquet. Las llama “Princesitas reas”. Es un oxímoron, los conceptos chocan. La basquetbolista de 33 años prefiere ese tipo de mujeres para jugar al básquet: “Son lindas, divinas, pero se tiran de cabeza, tienen todas las piernas moretoneadas. Princesita pero en patas”, dice la deportista panamericana que en 2015 volvía de competir con un pila de bolsos en el colectivo 161, pero esa es otra historia.