sábado, abril 20, 2024

El agua como estilo de vida

Esteban Micozzi y Joaquín Méndez

Cuando uno visita Avellaneda y recorre parte de su barrio con antiguos galpones que entre 1970 y 1990 oficiaron de fábricas, se puede dimensionar la importancia de la industria y lo que generaba para la ciudad. Como también se puede observar con un simple golpe de vista en las paredes y casas, que Racing e Independiente dividen la pasión del fútbol allí. Pero hubo alguien que dejó marcada su huella a fuego en la historia deportiva y es motivo de orgullo para la localidad: Osvaldo Pacha Codaro, el waterpolista más importante de la historia argentina y uno de los mejores a nivel mundial. En su carrera obtuvo 22 campeonatos nacionales, siete medallas en Juegos Sudamericanos, cuatro en Juegos Panamericanos -entre ellas dos doradas, en Buenos Aires 1951 y México 1955- y participó en tres Juegos Olímpicos. Además de brillar en el waterpolo, Pacha fue campeón nacional en natación de 100, 200 y 500 metros libres, entre 1950 y 1953.

Codaro llegó a lo más alto del mundo de los deportes acuáticos cuando el International Swimming Hall of Fame, de Estados Unidos, distinguió al equipo argentino que ganó el Panamericano de Buenos Aires 1951, del que él fue parte. Pero no iba a ser la última vez que su nombre quedara grabado entre los grandes. Pacha falleció el 6 de junio del 2017, con 87 años, luego de un accidente en su casa que le provocó el ingreso de una bacteria en su organismo. Poco más de dos meses después, el 26 de agosto, su familia recibió por parte del Salón de la Fama el reconocimiento por su carrera y, desde entonces, un sector del establecimiento y una placa llevan su nombre. Él supo tener una relación cercana con el Salón de la Fama, entidad a la que le realizó una serie de donaciones, como el gorro blanco que utilizó para competir en los Juegos Olímpicos de Londres 1948, con el número 4.

Avellaneda fue su lugar en el mundo desde su infancia hasta la vejez. Nacido el 9 de diciembre de 1930 y criado en aquella ciudad, proveniente de una familia humilde y trabajadora, comenzó a nadar en el Club Atlético Independiente a los diez años y a los pocos meses ya era el mejor en la categoría juvenil. Pero se dio cuenta que su pasión era el waterpolo a los 14, cuando su profesor lo convocó para el equipo del club. Más allá de un paso por Boca Juniors, nunca dejó de concurrir a su amado Independiente.

Amalia Rebagliati, compañera de natación de Codaro en el club, compartió muchos momentos con él, pero recuerda con una sonrisa, una costumbre de Codaro que le llamaba mucho la atención: “Se lo veía todas las mañanas por la calle, caminando desde Güemes y Alberdi, al 1500 de avenida Mitre, hasta la sede de Independiente. Iba tranquilo, a paso lento pero con la seguridad que lo caracterizaba. El barrio parecía suyo”.

Dentro de su entorno familiar tuvo dos seudónimos: uno impuesto por su esposa, Pachalín, y otro por sus hermanas, Pachala. Sin embargo, su caminar cansino le dio lugar a su apodo más reconocido, Pacha. Nombre que le otorgó el panadero del barrio de su infancia, ya que era “muy pachorriento” según contó Cristina Codaro, la mayor de sus cinco hijos: “Él iba a la primaria a la tarde y a la mañana hacía el reparto en la panadería, a cambio de unos pesitos y facturas para la familia. Papá era de una condición muy humilde”.

Además de su vida como deportista, Codaro trabajaba por la mañana en el Correo Central, donde liquidaba haberes, y por la tarde era profesor de educación física. “Como padre era muy atento a todo, siempre muy concentrado en nosotros”, recuerda Cristina. “En todo momento estaba al pie del cañón, para cualquier necesidad y, sobre todo, era muy cariñoso”.

Codaro tenía otras cosas que lo apasionaban además del waterpolo: los pins y los juegos de mesa. “Juntaba pins. Tenemos una colección enorme guardada. Hizo tantos viajes y tuvo tantos encuentros con distintos deportistas, que se convirtió en un gran coleccionista”, revela su hija.

Su gran físico -dos metros de altura, espalda ancha y brazos largos- le permitían sacar una notable ventaja sobre los demás en el juego acuático. Así lo remarca Osvaldo Hoorn, exjugador de waterpolo de Independiente, quien lo enfrentó en dos oportunidades: “Jugué en contra cuando él estaba en Boca Juniors. Era tan grandote y tenía tanta fuerza en el agua que era imposible marcarlo. Tenía el arco entre ceja y ceja, era distinto y eso se notaba cada vez que ingresaba a la cancha”.

La competitividad y el esfuerzo, sumado a su capacidad en el juego, fueron determinantes para la obtención de títulos en su carrera. La Final Argentina de Waterpolo de 1972, última copa que ganó, no fue la excepción. El partido lo disputaron Boca y Regatas de Santa Fe en la pileta de Newell’s y la victoria fue por 8 a 7 en favor del conjunto de Capital Federal. Rubén Manuel García, exjugador y compañero de Pacha en ese encuentro, lo recuerda: “Osvaldo lo marcó a Cuqui Álvarez, uno de los mejores de Argentina en ese momento. En el tercer tiempo se fue a la olla cuando perdíamos 5 a 2 e hizo 3 goles y empató el partido. Sobre el final íbamos 8 a 7 y con la igualdad era campeón Regatas. Tiró Cuqui y pegó en un poste del arco, luego en el otro y quedó en la línea. Allí Pacha agarró la pelota mientras todos se lanzaban encima de él, consiguió el full y terminó el partido”.

Si sus cualidades dentro del deporte eran notables, fuera de él también. Como señala Javier Sorace, exjugador de waterpolo de Independiente, quien tuvo una relación cercana con Codaro en el club: “Era una persona muy cálida y excepcional. De voz firme, pero jamás necesitaba levantar el tono en ninguna circunstancia. A todo momento rodeado de su familia y, especialmente, con su esposa Nélida Codaro, o más conocida como Tota, quien lo acompañaba para todos lados. Siempre lo veías en alguna cafetería de Avellaneda por la mañana, tomando su café para arrancar el día”.

Durante 1948 dio muestra de una de esas características distintivas que poseía cuando fue preseleccionado junto a su hermano Javier Codaro para la delegación de los Juegos Olímpicos que representarían a Argentina en Londres. Su hermano quedó afuera del equipo con 17 años y Osvaldo intentó cederle su lugar. “Mi padre no quería viajar. Quería que fuera su hermano e hizo de todo para lograrlo, siempre nos dijo eso. Pero bueno, lo eligieron a él”, dice Cristina, su hija.

Raúl Corcico, entrenador de waterpolo, compartió la dirección de equipos en Independiente y algunos torneos junto a Pacha, luego de su retiro en 1971. Tiene un recuerdo especial y una anécdota particular de su amigo: “Cuando finalizamos un torneo en Chile y fuimos al aeropuerto para regresar al país, uno de los jugadores perdió su documento. La empezamos a pasar mal con los carabineros, pero lo que nos salvó fue la lista que me había mandado a hacer Pacha antes de viajar con los detalles de la delegación que iba a participar. Era muy detallista”.

En 1997, a 25 años de su retiro, Codaro seguía colaborando con su amado deporte y trabajaba en el club Defensores de Banfield junto a Corcico. Con la dirección de un equipo promocional, empezaron a incorporar a exjugadores de waterpolo y organizaron un torneo junto a la Federación Argentina. La competencia se denominó Master y se creó para jugadores mayores de 40 años que habían dejado la disciplina y no tenían dónde desarrollarla, lo que demostró el compromiso de Pacha con el waterpolo. “De esta experiencia logramos rescatar muchos exjugadores que seguían amando esto”, señala Raúl. ”Algunos se hicieron dirigentes de distintos clubes, otros eligieron el camino del arbitraje y muchos se inclinaron por la enseñanza de la disciplina. Más allá de la diversión y el amor por el deporte, fue muy fructífero para la actividad y todo eso se lo debemos a él. Fue quien impulsó todo y el que estaba en el detalle de las cosas para que todo saliera bien”.

El 8 de junio de 2017, dos días después del fallecimiento de Codaro, la familia emitió una carta firmada por su esposa Tota y sus hijos Cristina, Lotty, Hugo, Mariela y Alex. En la misma se explicó la causa de su muerte y están contados sus últimos días en Brasil: “Estuvimos con él desde el día 14 de mayo en que llegó a Río de Janeiro a pasar un mes en la casa de Lotty, lugar que él adoraba, que disfrutaba enormemente, que lo sentía casi suyo. Su silla, su pileta, su sillón, su vista al mar, sus tardes y todos los cuidados que siempre recibió en esta casa. No había lugar mejor. Según Pacha, en Río todo era más fácil, sin saber que por detrás de esa sensación había una infantería familiar cuidando de cada detalle de su estadía, dándole lo mejor que existía a nuestro alcance: paseos, Navidades, nietos, hijos, Olimpiada, agua… mucha agua… Todos sus gustos eran atendidos”.

Sus cenizas fueron esparcidas en el mar de Barra de Tijuca, Río de Janeiro, Brasil. Ese fue el primer lugar que visitó en el extranjero en una escala previa rumbo a los Juegos Olímpicos de Londres de 1948. Sus familiares lo remarcan en la carta: “Por toda esta conexión de Pacha con este lugar, Tota y sus hijos decidimos que aquí debe quedarse. Sus cenizas serán lanzadas al mar, en frente de la casa de Lotty donde siempre estaban sus ojos, de día y de noche. Se irá nadando, como siempre le gustó. Estará en el agua, su lugar en el mundo. Ya sus piernas no le van a pesar, su alma estará leve y lo tendremos siempre aquí adelante de nuestros ojos para seguir disfrutando de su alegría, de su optimismo, de su lucha incesante contra todos los contratiempos.”

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