viernes, marzo 29, 2024

Milos Degenek, del búnker subterráneo al Mundial

Tomas Grasso

En 1999, en el marco de la guerra de Kosovo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), bombardeaba a la antigua Yugoslavia. En el patio de un colegio de Arandelovac –ciudad serbia ubicada 70 kilómetros al sur de Belgrado- Milos Degenek y sus amigos disputaban un partido de fútbol durante el recreo. Hasta que una sirena interrumpió de prepo el normal transcurso del juego. La alarma anunció que un nuevo ataque se aproximaba y rápidamente corrieron hasta un búnker subterráneo, que gran parte de los antiguos edificios yugoslavos disponía por las conflagraciones que marcaron su historia. Milos tenía apenas seis años, pasó 48 horas sin luz natural y alimentándose a base de comida enlatada, sin saber si volvería a ver a su familia, tratando de dormir con la incertidumbre de si se volvería a despertar la mañana siguiente. “Es una mierda decirlo, pero he visto cadáveres, sentí que las bombas caían al suelo, experimenté su impacto”, reveló.

La guerra marcó a la familia Degenek: cinco años antes y cuando el defensor tenía sólo dieciocho meses, tuvieron que partir de Knin en Croacia, por la guerra independentista que atravesaba al país balcánico. Dejaron atrás su casa, su tierra, sus parientes y amigos. “Fue un período muy triste para mi corazón. No he vuelto a Croacia desde entonces”, manifestó.

Con la ayuda de un amigo de su padre que trabajaba en la Cruz Roja consiguieron un lugar en un programa que reubicaba a los afectados por los bombardeos de la OTAN. Al principio Milos y Djordje –su hermano- desde la inocencia que poseían dos chicos menores de 10 años, se encontraron emocionados por la posibilidad de subirse a un avión, una experiencia totalmente nueva y que los sacaría de ese submundo que viven los países bajo conflicto bélico.

Mudarse a Australia no fue fácil; a diferencia de su primera emigración, arribaron a un país que no hablaba el mismo idioma y la idiosincrasia era totalmente diferente a lo que acostumbraban. Los grandes edificios que conforman la abrumadora ciudad de Sidney era lo opuesto a Arandelovac, una pequeña localidad que tenía muchos siglos de antigüedad.“El cambio realmente me golpeó, había gente por todos lados”, admitió.

La llegada de otras familias de la cultura serbia y croata, sumada a la posibilidad de hacerse amigos a través del fútbol y la escuela apaciguaron la turbulenta vida que llevó Milos hasta ese entonces. La estabilidad del país oceánico le permitió a la familia comprar su primera casa, en el barrio de Liverpool. Una casa muy antigua y sin lujos, pero con un patio que dio origen al sueño de convertirse en futbolista profesional. Ese jardín verde albergaba muy temprano en la mañana sus entrenamientos individuales y durante la tarde jugaba con sus amigos, tres contra tres y cuatro contra cuatro. Lo convirtieron en un mini complejo de fútbol. La posibilidad de adquirir esa propiedad es uno de los dos momentos que hicieron que Milos se enamore del país que lo recibió con los brazos abiertos. El restante data de 2008, cuando tuvo la posibilidad de capitanear a los Joeys –seleccionado sub 15 australiano- en un amistoso frente a Japón en el Instituto del Deporte de Canberra. “El entrenador me dio la posibilidad de dirigir el país, un niño que llegó sin nada del otro lado del mundo menos de una década atrás”, manifestó.

Es por eso que la alegría será máxima durante el Mundial, brindará su alma y su corazón para defender los colores de los Socceroos en Rusia 2018, tratará de alguna manera de compensar algo de la bondad que el pueblo le extendió a su familia, que de por sí estará en las tribunas saltando de arriba abajo con una sonrisa en su rostro y con la bandera australiana en el pecho.

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