“Que vaya a lavar los platos, ¿cómo nos va a dirigir una mujer?”, grita algún viejo en algún alambrado de alguna cancha del ascenso, porque en primera divisiones imposible ver una árbitra, como mucho una jueza de línea, pero no más que eso. “Mirá si una mina me va a explicar a mí, que jugué toda mi vida al fútbol, cómo forma River este fin de semana, que se deje de joder”, le habla al televisor otro viejo, sentado en el sillón de su casa, mientras come una picada y toma una cerveza viendo algún programa futbolístico. Generaciones criadas en otras épocas, con diferentes ideales y con la mujer y el deporte como antónimos. Con el correr del tiempo y la lucha de las pibas por tener su lugar, esos términos fueron asimilándose poco a poco. Ya no sorprende ver a una chica con unos botines y el bolso yendo a entrenarse, o escuchar a una periodista darle una clase de feminismo a un colega en vivo y en directo. Pero todavía no se rompieron todas las barreras, falta mucho por deconstruir.
Se puede hablar de infinidad de situaciones machistas, que es algo que abunda en nuestra sociedad y más aún en relación al mundo deportivo. Desde la gran diferencia que hay en las selecciones femeninas y masculinas de fútbol – las jugadoras aseguran no recibir ningún tipo de apoyo por parte de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) – hasta la enorme desproporción que existe entre varones y mujeres en los programas deportivos o incluso en un ambiente mucho más pequeño como los deportes electrónicos (Esports), en los que el género femenino tiene un espacio casi imperceptible. Sin embargo sería incorrecto afirmar que hasta ahora no se logró ningún cambio. En noviembre, el seleccionado argentino femenino de fútbol enfrentó a Panamá por el repechaje del Mundial de Francia 2019 en un estadio repleto, un hito memorable para la historia de esta disciplina. También es destacable el trabajo del movimiento Periodistas Unidas, que lucha contra el acoso y la violencia machista que hay en el fútbol y, entre otras cosas, consiguió quitarles las acreditaciones a varios periodistas que fueron denunciados.
“Conozco pibas que se entrenan sin luz, en condiciones nefastas y no les dan un peso, la pasan mal”, denuncia Lola Schodlbauer, jugadora de la primera categoría de Gimnasia y Esgrima La Plata. Las chicas juegan por el mero hecho de la pasión por el deporte, porque si dependiera de lo institucional esta actividad casi no existiría. No más de 400 pesos por partido les dan, cuando un par de botines, que es lo básico para practicar, cuestan más de 2500. Schodlbauer protesta: “Es abismal la diferencia que hay con los hombres, no puede ser que el sueldo más alto de una de las pibas no llegue ni a cubrir la cuarta parte del más bajo de algún jugador de Boca o River”. Esta desigualdad no solo ocurre en los clubes, sino que también se evidencia en el equipo nacional. Las deportistas reclaman que la AFA no las escucha y sus pedidos no van más allá del pago de viáticos, la falta de nueva indumentaria y una mejora en la infraestructura para así poder entrenar en óptimas condiciones. Al parecer, la asociación presidida por Claudio “Chiqui” Tapia solo presta atención cuando se trata de cumplir los caprichos de la selección masculina, desde realizar concentraciones en lugares top hasta pagar infinidad de viajes para que un entrenador pueda charlar con los miembros del plantel.
No se puede pasar por alto los prejuicios que sufren a diario las mujeres deportistas, que parece que por el simple hecho de no ser del género masculino no pueden realizar las mismas actividades y se considera que están en un nivel inferior sin siquiera ver cómo se desempeñan. No es algo de otro mundo escuchar en la cancha un grito de “pateás como una mina” cuando un jugador le pega mal a la pelota. Si tan solo supieran la pegada que tiene la mediocampista argentina Estefanía Banini, quien en su palmarés cuenta con una gran cantidad de goles de tiro libre. Schodlbauer lo vivió en carne propia: “Cuando arranque a jugar me sentía diferente por las cosas que me decía la gente, nunca falta el que te tilda de machito. Con el tiempo comencé a tener más confianza, notaba que estaba rompiendo con los estereotipos de que la mujer solo puede hacer deportes como el vóley o el hockey. Hoy día me siento empoderada”.
No es algo que suceda solo en el juego. ¿Qué tan común es ver a una periodista cubriendo un partido de fútbol como relatora? Recién en Rusia 2018 Viviana Vila se convirtió en la primera mujer en relatar un encuentro de la Copa del Mundo luego de 88 años de Mundiales. Sí, leyeron bien, 88 años de Mundiales, un dato que alegra y entristece al mismo tiempo. ¿Sabían que únicamente el 27 por ciento del total de las personas que aparecen en la televisión argentina son del género femenino? ¿Y que de todas esas mujeres que salen al aire, el 41 por ciento es por ser víctimas de algún femicidio o de alguna situación sexista? Probablemente no, no es un dato que salga en los medios, no solo por la invisibilización y cosificación que padece la mujer en el ámbito televisivo, sino también porque está muy por debajo del promedio mundial, que es del 37 por ciento, según un informe del Proyecto de Monitoreo Global de Medios (GMMP, sus siglas en inglés).
Esto se puede ver de forma muy sencilla en los medios de nuestro país. Por ejemplo, el Diario Olé en su edición del lunes 12 de noviembre -el día posterior a la primera final de la Copa Libertadores entre Boca y River-, no tiene ninguna mujer en su fila de redactores. Ni una de las 64 páginas dedicadas al Superclásico incluye un texto escrito por una de ellas. Ni un recuadro.
Verónica Brunati, periodista que trabaja en TNT Sports y en los diarios As y Sport de España, señaló: “Me costó mucho trabajar en la Argentina, nunca encontré la regularidad de trabajar acá como en el exterior. He vivido desde que me roben notas para que las firme un colega hombre hasta que me quiten las credenciales para dárselas a otro antes de un partido. He recibido retos por preguntar en ruedas de prensa y también he sido inhabilitada para hacer entrevistas solo por el hecho de ser mujer. He sufrido la hostilidad de muchos colegas y hasta uno de ellos se metió en mi habitación durante una cobertura. Me han manoseado en la cancha, me han insultado e incluso me han tirado cosas. Ya perdí la cuenta de todas las barbaridades que superé”.
Queda bien claro que los deportes son un territorio hostil para las mujeres. No es casualidad que se haya creado el movimiento Periodistas Unidas, un grupo de chicas relacionadas al ambiente que reclaman por la igualdad de condiciones y para que se acaben las diferencias laborales y el acoso. Aproximadamente 50 pibas conforman este grupo, desde estudiantes de periodismo hasta profesionales ya recibidas, todas unidas al grito de “No nos callamos más”. El caso que impulsó el movimiento fue el de Loana Mosquera, que denunció que un fotógrafo la acosaba en las canchas a las que iba, le sacaba fotos a su espalda y hasta le hacía comentarios sobre su cuerpo sin su consentimiento. Esto se empezó a esparcir entre sus colegas y varias de ellas contaron que también habían pasado por situaciones similares. Con la fuerza necesaria para frenar estos actos machistas, comenzaron a ser escrachados públicamente los diferentes denunciados.
Brunati aprovechó para apoyar al movimiento: “Me parece importante visibilizar estos casos de abuso y acoso, esto sirve para que muchas mujeres no sufran tener que tolerarlo, que se sientan protegidas y que también se penalice al abusador y al acosador. Hace unos años las periodistas no podíamos denunciar ninguno de estos hechos porque si lo hacíamos nos tildaban de conflictivas. No teníamos ningún tipo de protección”.
El mundo de los Esports no es diferente. Los jugadores abundan mientras que es casi utópico encontrar una jugadora en un torneo internacional. La diferencia no es solamente la cantidad de participantes, sino que también cambian los premios. Como si por ser mujeres merecieran menos dinero por ganar, en igualdad de condiciones, la misma competición que sus pares masculinos. Un claro ejemplo es el caso de la jugadora sueca de Counter Strike Global Offensive (CS:GO) Zainab Turkie, que siendo campeona tres veces consecutivas de la copa Intel Challenge Katowice en 2015, 2016 y 2017, ganó un total de 27 mil dólares aproximadamente, mientras que Gabriel Toledo (FalleN según su nombre virtual), con la misma experiencia e igual número de trofeos obtenidos, consiguió un total de 642 mil dólares. ¿La única diferencia? Uno es hombre y la otra es mujer.
Según un estudio realizado por la Universidad de California, tras analizar a más de 11 mil personas, tanto las mujeres como los hombres tienen la misma capacidad para los videojuegos, no existe ninguna disparidad entre ambos géneros. Algo que es más que evidente en los torneos mixtos que se organizan. Evelyn Zyven, periodista que se dedica a cubrir deportes electrónicos, piensa que la situación cambiará en un futuro, pero que el problema no comienza en la escena de los Esports, sino que es más amplio y abarca una cuestión social y cultural. “Un pilar fundamental para este cambio es la educación”, sentencia.
¿Es casualidad que una mujer cobre menos por el mismo trabajo? ¿Es casualidad que haya menos de ellas trabajando? ¿Es casualidad que sean acosadas? No, claro que no. Históricamente no se las relacionaba con el fútbol o cualquier otra actividad deportiva, pero claramente no es porque a ellas no les gustase. Nunca se les dio el lugar que se merecen y siempre que una mujer ocupaba el rol que era habitualmente de un hombre se la criticaba mucho más. Alguna vez Eduardo Galeano bien supo decir: “El miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”. ¿Será que a la mujer no le gusta el deporte o será que al hombre no le gusta la mujer opinando sobre cosas en las que se considera experto? ¿Tendrá miedo de no ser el que más sabe?