jueves, noviembre 21, 2024

Park Ji-Sung y la importancia de los sueños

Germán Trucchi @gtrucchi

Park Ji-Sung nació en medio de un régimen autoritario que invadió Corea del Sur desde mayo de 1980 hasta 1987. El general Chun Doo-Hwan alcanzó el poder tras derrocar al primer ministro Choi Kyu-Hah, en una represión que se llevó la vida de miles de manifestantes, estudiantes y sindicalistas que protestaban pidiendo elecciones y democracia. La masacre de Gwangiu, ciudad ubicada a 268 kilómetros de Seúl, donde nació el mejor futbolista surcoreano de la historia, fue sangrienta y despiadada. Para entonces, la Selección de Corea del Sur había disputado dos mundiales: 1954 y 1986, pero sin conseguir victorias.

Se crió en Suwon porque sus padres, Sung-Jong y Myung Ja, trabajaban en Korea Metals, al norte del país. Fue mucho antes de convertirse en el primer surcoreano en jugar la Premier League que Park tejió su amor por el fútbol. Sin embargo, cuando de joven lo intentó, fue rechazado por baja estatura y por debilidad. Entonces comenzó a tomar un jugo de rana que le daba fuerza. “Hubo momentos en que vomité por el sabor, pero seguí porque el corazón de querer ser un mejor futbolista era más grande que tener una comida de buen sabor todos los días”, declaró Park años después. Además, Sung-Jong dejó la fábrica y consiguió un trabajo en una carnicería para llevarle los mejores cortes de carne. Park soñaba. De día y de noche. Despierto y dormido.

Tenía 18 años y estaba por terminar el colegio secundario. Su futuro, pensaba, era ser profesor de educación física. Pero sus padres insistieron. Debió asistir a la escuela de ingeniería de Suwon porque decían que su estatura, un metro 73, no era acorde a su edad. La preocupación se desvaneció cuando Park jugó un partido con los Sub-23 de Corea del Sur. Sin hacer inferiores ni infantiles un entrenador lo llevó al Kyoto Sanga que militaba en la segunda división de Japón. Quedó, fue figura y ascendió a la J-1 League.

Andrea Pirlo lo definió como “el primer surcoreano con motor nuclear”. Park, conocido también con el apodo de “tres pulmones”, se pasó su carrera como futbolista corriendo de un lado para otro en la cancha. Sir Alex Ferguson, el técnico que lo llamó para jugar en Manchester United y así convertirse en el primer surcoreano en vestir esa camiseta, lo describió como “el jugador que todos quieren tener”. Juntos ganaron 11 títulos nacionales y dos internacionales.

Año 2002. Japón y Corea del Sur llevaban décadas de paz diplomática por Las Rocas de Liancourt, una zona inhabitable pero con yacimientos de gas natural y una isla que le sirve de base militar al gobierno surcoreano. Decidieron, entonces, organizar el Mundial en conjunto en lo que fue el primero -y hasta ahora único- realizado en Asia. Park tenía 21 años. Ya había demostrado potencial en el Kyoto Sanga y asomaba como una de las revelaciones de Corea del Sur. Le llegó la carta para unirse al servicio militar obligatorio por 21 meses, pero el gobierno le permitió dimitir por ser parte de la selección que iría en busca de su primer triunfo en un Mundial.

Creció mirando el televisor en su casa de Suwon. Su generación es la primera que disfrutó de Captain Tsbuasa, conocido como Los Supercampeones, el anime japonés creado en 1983 que cambió el concepto del fútbol en Asia y lo elevó a un deseo mundial: jugar para ser como ellos. Park Ji-Sung no fue Park Ji-Sung al principio sino que tomó el nombre de Tsubasa Ozora, Oliver Atom de este lado del hemisferio. Soñó un día con jugadas imposibles solo alcanzadas en Corea del Sur a través de una pantalla. Soñó otro día con victorias épicas. Soñó otro y muchos días más con llevar a lo más alto la bandera de su país. Un día, de tanto soñar, lo hizo realidad.

El 14 de junio del 2002 Park Ji-Sung no tuvo que ocultarse más. Cuando la paró de pecho adentro del área los portugueses se dieron cuenta que la realidad había superado la ficción. La bajó con la derecha para llenar la barrita de energía de la zurda y romper la red cual Oliver Atom en Supercampeones. Corea del Sur pasaba a la siguiente instancia del Mundial 2002 y Park se sacaba el caparazón que tejió de chico mirando la televisión y tomando jugo de rana para ser más fuerte.

Cuando el motor nuclear se quedó sin batería Park Ji-Sung se alejó de las canchas pero no del fútbol. Asiste a la Universidad de Montfort, en Leicester, Inglaterra, donde cursa uno de las Masters que le facilita FIFA a exjugadores y entrenadores. Park eligió el de gestión deportiva y humanidad en el deporte. Se interioriza en la historia y el derecho deportivo. “No quiero ser entrenador”, afirma siempre que le ponen un micrófono delante. De vez en cuando vuelve a jugar a la pelota. Lo hace en el equipo universitario que, en esos casos, se asegura de tener una dimensión que ningún otro jugador le aporta al equipo, como alguna vez lo definió Río Ferdinand.

Park eligió invertir en una empresa para talentos en desarrollo: “JS Limited”. Cuenta su padre que la elección se dio debido a la infancia de su hijo, Mickey Mouse, como se lo conoció siempre en Corea al exvolante del Manchester United. “Financieramente, soy de origen muy difícil, Ji-Sung no comía bien de chico, ahora no quiere que eso le pase a otro niño”, explica Sung-Jong. JS Limited se ocupa del desarrollo del talento e invirtió en “Star Plaza”, un complejo en su provincia natal de Gyeonggi, donde también construyó un hogar para sus padres y una academia de fútbol.

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