sábado, diciembre 7, 2024

El insulto en la cancha, una pasión argentina

Por Juan Ignacio Ballarino y Nicolás Altgelt 

Boca mantenía la punta de la tabla desde el 11 de diciembre de 2016, luego de haberle ganado a River por 4 a 2. Como si esto fuera poco, debía jugar contra el que en ese momento era su escolta: Talleres de Córdoba. Además, tenía jugadores que venían de representar a Argentina en su gira amistosa premundial. Pablo Pérez, quien a su vez era – y sigue siendo – capitán del equipo, supo convivir con ese rejunte de presiones hasta que terminó descargándose públicamente con insultos a la platea, luego de haber convertido el gol del triunfo en el partido contra la T. La agresión verbal que le propinó un simpatizante luego de terminado el primer tiempo fue la gota que le rebalsó el vaso, pero el jugador no respondió. Recién en el festejo del gol pudo liberar todo el enojo que había aguantado hasta ese momento.

A Santiago Di Lisio, psicoanalista encargado de la quinta y séptima categoría del fútbol infantil de Temperley, no le sorprende la reacción de Pérez. Entiende que, luego de varios días de soportar distintos tipos de presiones, es probable que una persona termine desahogándose. “En ese partido lo hizo con insultos a la platea, pero hubo otro encuentro, tiempo atrás, en el cual pegó una patada que lo derivó en una expulsión a los nueve minutos del primer tiempo”, dice en referencia a la infracción realizada a Éder Balanta, en el superclásico de 2016. “Fijate que, encima, tuvo que salir a pedir perdón públicamente. Eso te da una idea de cómo estas situaciones terminan afectando al jugador y, por ende, a su rendimiento”, dice Di Lisio, quien cree que a largo plazo estas situaciones podrían terminar generando una pesada carga emocional en el profesional.

“Nosotros tuvimos una situación parecida a la de Pérez, pero con un chico de 17 años de las inferiores del club”, cuenta Di Lisio. “No insultó a nadie, pero protagonizó una situación netamente comportamental y actitudinal: cuando erró una clara situación de gol, agarró su camiseta y se tapó la cara de forma tan abrupta que casi la rompe”. Frente a una posible solución a estos problemas, el psicoanalista explica que le pone “sobre la mesa” las respuestas del jugador a “situaciones negativas”. De esta forma logra que el futbolista pueda entender que “algo malo le está sucediendo”, ya que a veces lo pasa por alto. “Lo que hacíamos con este chico era que empiece a tolerar sus propios errores, para luego aceptar los de los compañeros. Se ponía muy nervioso cuando erraba un pase o cuando pateaba al arco y la tiraba a las nubes. Se agarraba la camiseta y se ponía mal. Entonces, le preguntaba por qué se ponía así, ya que el futbolista tiene que convivir con estos errores y debe saber sobrellevarlos”.

Sin embargo, Di Lisio entiende que, más allá de la necesidad de un cambio radical en la conducta del deportista, se necesitan muchas reuniones con el jugador para que logre modificar su comportamiento: “En la psicología deportiva es muy complejo aplicar el psicoanálisis. Generalmente se basa en tratamientos a largo plazo. Estamos orientados al resultado, pero no sólo deportivo. Tenemos que corregir comportamientos que vienen a raíz de todo un proceso”.

No hace falta recapitular mucho para encontrar situaciones parecidas a la del mediocampista de Boca. En 2017, Javier Pinola recibió amenazas anónimas mediante pintadas en el colegio al cual acudían sus hijos, por su traspaso de Rosario Central a River Plate. Como si esto fuera poco, cuando Temperley recibió al club rosarino por la vigésima fecha del Campeonato de Primera División, en 2016, un plateísta le deseó que se vuelva a romper la rodilla, a lo que el defensor respondió con una sonrisa irónica. Claro que, una vez consumada la victoria del visitante, le dedicó el triunfo en forma de desahogo. Si bien tanto Pérez como Pinola supieron seguir adelante, no fue así el caso de Nelson Vivas, quien sufrió los insultos de un hincha de Quilmes con mayor intensidad.

El exjugador se encontraba en 2013 al mando del plantel de Quilmes cuando, luego de haber soportado varios minutos de agresiones verbales provenientes de un simpatizante Cervecero, salió disparado de la cancha para confrontarlo a los golpes en la platea. Sufrió tanto aquel episodio, que en una entrevista con Olé publicada el 11 de abril de 2014, había instalado la duda de si volvería o no a dirigir un equipo. Di Lisio explica que se puede evitar esto con un tratamiento preventivo, pero es muy difícil dado que generalmente se trabaja con la lesión. Bajo este aspecto, argumenta que “es como cuando vas a tratarte con un kinesiólogo, que trabajan con un traumatismo”.

Además, como si estas agresiones fuesen una enfermedad que ataca a todo lo que se encuentre dentro de un campo de juego, el árbitro es, sin dudas, el que más las sufre. “Tuve que acostumbrarme a los insultos. Ahora simplemente los interpreto como una mala costumbre que tiene la gente y no como algo personal. Te das cuenta de esto cuando salís a la cancha y ya te empiezan a chiflar”, cuenta Yamil Possi, árbitro de la B Nacional. ¿Qué solución encontró para que sus seres queridos no salgan lastimados? Decirles que es todo parte de un show inevitable, y que no hay que tomarle mayor relevancia. “Somos personas y nos podemos equivocar. A veces se olvidan de eso”, asegura el árbitro del ascenso.

Si bien para Di Lisio es muy difícil que el deportista haga psicología preventiva, Possi supo entrar en ese terreno. “Trabajo con un psicólogo deportivo una vez por semana. Tocamos temas personales también, pero nos avocamos más a lo deportivo. Trato de que la sesión sea post designación para tratar temas como, por ejemplo, los jugadores de esos equipos a los cuales voy a dirigir, o cómo me ha ido con esos clubes. Entonces, el entrenamiento semanal deja de ser sólo físico para también ser psicológico”.

Más allá del entrenamiento psicológico, a Possi lo siguen sorprendiendo ciertas actitudes de los simpatizantes. La gente piensa que es normal insultar al árbitro. A veces me sorprende cuando estoy en una cancha y veo a un padre insultando y diciendo cualquier barbaridad o incluso escupiendo, y está con el hijo al lado, que cinco minutos después está haciendo lo mismo. Ahí es cuando te das cuenta de que faltan muchos años para cambiar esta costumbre de insultar al árbitro por que sí”.

“A veces la familia sufre cuando uno se equivoca y en la semana los periodistas hablan y critican destructivamente de manera constante. No se dan cuenta que uno es humano y se equivoca como cualquiera”, remata Possi. Di Lisio plantea una solución temporal que sirve como parche, Possi por su parte la implementa. No obstante, ninguno de ellos sabe responder a cómo erradicar esta problemática que ya ha sido naturalizada en el mundo del fútbol.

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