Por Alejo Casado y Juan Sancho
Su ídolo, como el de muchos, es el hombre que le pidió prestada la mano izquierda a Dios para situar a la Argentina en las semifinales del Mundial de México 86, Diego Maradona. Pero él, como pocos, fue considerado el jugador que iba a retomar los firuletes cósmicos con los que el pibe de Villa Fiorito había maravillado al mundo. Carlos Marinelli iba a ser “el nuevo Maradona”. Así lo llamaban en Inglaterra, cuando llegó para jugar en el Middlesbrough en 1999. Ese presagio no lo agrandó ni lo presionó. “Por dentro sentí una sensación linda -dice-, pero no me la creí”.
El enganche zurdo que pasó, con 15 años y junto a Juan Román Riquelme, de Argentinos a Boca y que también fue pretendido por Alex Ferguson, ex entrenador del Manchester United, está retirado desde 2015, pero considera que el fútbol argentino debe aprender mucho de la cultura europea en cuanto a tener un mayor respeto hacia los jóvenes que surgen de las inferiores.
–Después de la gira con el Sub 19 de Boca por Reino Unido en 1999 te llegó tu oportunidad.
-A los tres meses de la gira, me llegó la propuesta del Middlesbrough. También había tenido una propuesta del Manchester United. Ferguson quería que me quedara 15 días más pero mi papá, que en ese momento me manejaba, les dijo que si les había gustado en la gira, me compren de una. Por ahí, si me quedaba esos 15 días, era otra la situación. Pero no me arrepiento. Cuando llegué, ellos hacían publicidad con que era “el nuevo Maradona”.
-¿Qué te llevó a irte?
-La necesidad que tienen todos los pibes. En esa gira vi cómo eran las canchas y las estructuras ahí, y me quise quedar.
-¿Conociste a Diego?
-Nunca pude hablar con él, pero tengo fotos. Si lo veía tampoco era de ir y volverlo loco. Me ponía en su lugar, sabiendo que no lo dejan vivir.
–En 2004, Mauricio Macri te abrió las puertas en Boca. ¿Tuviste relación?
-No, me saludó el primer día en la conferencia y nada más.
-¿Cómo te recibieron?
-En Boca estaba muy marcado el grupo de los grandes con los chicos. Yo vine con la mentalidad cambiada de Europa. Allá me podía sentar a comer al lado de Paul Gascoigne, que fue una leyenda del fútbol inglés?. Acá hay códigos: se sienta tal, te tenés que ir a otra mesa; te subís al micro para ir a un partido y te dicen “no, acá no porque es cábala”. Eso me chocaba: ¿por qué no podía estar comiendo con Guillermo (Barros Schelotto)? Porque era la mesa de los grandes. Está bien, son códigos. Pero la cultura que tienen afuera la tenemos que aprender un montón.
–¿El vínculo entre Macri y Marcelo Simonian, tu representante en esa época, influyó en tu relación con Carlos Bianchi?
-No, porque siempre se llevaron mal Bianchi y Macri. Fue un negocio de Simonian y Macri porque Bianchi no me había pedido. Jugué tres partidos, que no lo hice mal, y después no tuve la chance que tienen todos los pibes. Eso te deja enseñanzas: nunca vayas, por más que te quiera el presidente, si no te quiere el técnico.
-En El Gráfico, en 2006, dijiste: “Bianchi nunca me enseñó nada”.
-Si vos me preguntas qué pasó con Bianchi te voy a decir: “No sé, si no me habló nunca”. Esa frase me la sacaron de contexto. Él debe saber un montón, pero a mí no me enseñó nada. No me dio las chances necesarias para poder seguir creciendo. No estoy hablando para manchar a Bianchi ni mucho menos. Pero si me preguntas si no me dijo nada, no, no me dijo nunca nada.
-También dijiste: “Algún referente hizo algo para que me fuese”. ¿Sospechás de alguien?
-No, si los referentes no me daban bola.
-¿Esa falta de relación es el principal contraste entre Europa y Argentina?
-Sí, pero es normal. Para mí pasó porque me fui de muy chico y me cambió la cabeza en esos detalles. Por ejemplo: llegaba el invierno acá y porque un pibe venía de la Reserva no le daban la gorrita. “Que se cague de frío, recién subió el pendejo”. Una estupidez. Cuando estás allá te dan lo mismo que a todos. Son pequeños detalles. Obviamente que cada uno tiene su rango, pero por qué tengo que pasar frío yo o él. O le daban una remera toda rota, con agujeros. ¿No le pueden dar una remera normal? Esas son las cosas que no entendía.
-¿En Racing no viviste la diferencia interna en el plantel?
-No, fue un grupo extraordinario. Ese grupo de Racing era espectacular. Te daba ganas de ir a entrenar para estar con ellos y disfrutar. Solamente que los resultados no se daban.
-¿En Boca no te daban ganas de entrenar?
-En Boca iba, sí. Soy hincha de Boca. Iba con ganas, pero cuando te empezás a dar cuenta de que estás relegado… Aparte hay detalles que pasan, que esos me los guardo. Ves cosas que no te gustan y ya no vas con tantas ganas.
-¿Sentís que Simonian influyó más para mal que para bien?
-Sí. Pasé muchos episodios con él. Me terminó cagando en un montón de cosas.
-¿Cuáles?
-En plata, en todo. Por suerte siempre fui un jugador bien visto, al ser enganche. En el fútbol, el 9, el 10, un 5 elegante como (Fernando) Gago, son los más cotizados.
-¿Es difícil librarte del mundo Simonian?
-Simonian me fue a buscar cuando fui al Torino por primera vez. Sabía idiomas y tenía contactos en todos lados. Te vende pajaritos de colores. Es un mundo aparte lo que hacen los representantes con muchos jugadores. Tuve la suerte de tener una familia espectacular, que me apoyaba. No estaba a la deriva. De todas maneras, si te quieren engatusar, te engatusan.
-¿No te arrepentís de nada?
-No, porque eso no te das cuenta hasta que no te pasa. Cuando sos chico, jugás en el barrio, en las inferiores y no te das cuenta. Cuando crecés, y tenés los primeros contratos, te das cuenta de los manejos sucios. No me arrepiento de nada, pero me hubiese gustado haber empezado al revés: jugar en Boca unos años y después irme a Europa. En el fútbol te pasa el tren y no sabes cuándo te va a volver a pasar: subite. A mí me pasó el tren muy joven y me solucionó la vida. Y aparte porque supe administrar la plata. Son papeles de colores que van y vienen, y hay que saber manejarlos.
Cansado del ámbito futbolístico, Marinelli se dedicó a los negocios. Junto a Cristian Lagrotta, un ex futbolista que se desempeñó en el ascenso italiano y que había conocido en las divisiones juveniles de Argentinos, mantiene dos emprendimientos. El primero es una agencia de representaciones de jugadores. Allí, el ex Boca interfiere poco, pero tiene objetivos claros: ser la antítesis de aquellos que controlaron su carrera. El segundo, un bar, que abrió hace un año sobre la calle Ayacucho al 500 y que está decorado con diversos trofeos simbólicos de su trayectoria: camisetas de rivales.
-No te gustaron ciertos manejos que tuvieron con vos los representantes y hoy estás vinculado a eso. ¿Cómo convivís con eso?
-Está en la forma de ser de uno. Le dije a Cristian que no iba a ensuciarme por un dólar. No quiero hacer lo que me hicieron. Si hay un problema, nos abrimos. Hay gente que es capaz de matar a la madre por hacer un negocio. Por eso te digo que no estoy en el día a día, ni en todas las reuniones.
-¿Y con el bar?
-Siempre tuvimos la idea de tener uno. Miren cómo lo decoramos: con las camisetas de Coloccini del Newcastle, la de Simeone de la Lazio, la de Verón, del Manchester United, y la de Román de Boca.