Julián Princic @JulianPrincic
La burocratización es uno de los procedimientos fríos que llevan a un juego a convertirse en deporte. Las sociedades europeas del postmodernismo adoptaron como cultura la práctica de dejar por sentadas las bases y condiciones de cualquier actividad con el fin de poder regularlas.
El deporte, por sus características y aunque no hubiera nacido con tales fines, se ha convertido en una herramienta social muy poderosa. La igualdad que los individuos poseen en los minutos reglamentarios de una competencia es difícilmente equiparable a cualquier otra circunstancia de la vida en sociedad.
Para todos aplican las mismas reglas: todos pueden ganar y perder. No importa la edad, el estatus o el poder económico. De lado quedan los prejuicios y preconceptos. No tienen efecto los antecedentes y ni siquiera las cuestiones físicas y biológicas son realmente determinantes.
Por eso, porque el deporte es igualdad, necesitamos saber cuál es el argumento por el cual dejan afuera a personas que sienten desencontradas con sus características sexuales. Porque, más allá de la Ley de Identidad de Género o las regulaciones del Comité Olímpico Internacional, varias federaciones deportivas de nuestro país continúan mirando hacia otro lado, y hacerse los distraídos es discriminar.
Mientras unas pocas asociaciones nacionales se guían por el sexo que esté indicado en el DNI de cada deportista y otras exigen cumplir con los requisitos hormonales que impone el COI, el fútbol y el básquet -entre varias- prefieren hacer oídos sordos a un asunto que cada vez golpea sus puertas con mayor fuerza.
Por eso, porque el deporte es igualdad, necesitamos, por sobre todas las cosas -y ya que así están mecanizadas las normativas del deporte-, que se pongan de acuerdo y lo dejen por escrito; que digan por qué no se puede, que argumenten. Porque recién entonces habrá algo por lo que luchar para que se modifique.