viernes, diciembre 6, 2024

Yo, periodista

Iván Lorenz

Me incliné por el vino rosado la última noche, en un bar italiano a la vuelta del hotel. Fue una copita poderosa. Desando mi camino para volver al cuarto. La lluvia me mojaba pero no molestaba. Sentí la perfecta combinación de nostalgia y alegría. Pero no bastó. Haber aspirado periodismo del puranga por tres días reclamaba más dispersión. Hice una parada técnica en la barra antes de subir. Shot de aguardiente, típico de Colombia. Tiene gusto a caramelo Media Hora. El tiempo exacto que transcurrió hasta pedir el Cubalibre. Ahora sí, borracho pero en orden, puedo proceder a whatsappear con amigos.

Me ayudan a no olvidarme nada en el hotel. Pasajes de vuelta, pasaporte, ropa cómoda, regalos. Qué problema los regalos. No conseguí café en Colombia ¡No conseguí café! Es poco serio, aposté al aeropuerto. No me cree ni mi vieja. No puede ser que no haya comprado café. Le expliqué que no recorrí Medellín. Mi camino fue del hotel al Jardín Botánico y del Jardín al Parque Explora. Allí se realizaron la mayoría de las actividades del Premio y Festival Gabriel García Márquez de Periodismo. Gabo para los amigos.

Dicen que pasan años hasta que te dejan escribir en primera persona. Me atreví a tomarme esa licencia. El periodismo es una actividad para los atrevidos. Hay que ser valientes. No podemos ser servidores públicos si no nos comprometemos a cumplir con nuestro trabajo. Vamos a tener trabas, nos van a bajar línea, vamos a vivir cosas que nos van a empujar a dejar de escribir o reportear. Pero el periodismo tiene que pararse firme ante la adversidad.

Me fui con la cabeza reventada. Entre escuchas y apuntes confirmé una hipótesis: el periodismo es de los juegos más serios que existe. ¿Un juego? ¿No es un empleo? Sí. Pero contamos historias. Los datos son nuestras piezas y es nuestro intelecto el que permite armar el rompecabezas. No somos intelectuales, intelectual es el producto de nuestro trabajo.

Del 3 al 5 de octubre tomé la línea A del metro. Los colombianos le dicen metro al tren. No recorrí Medellín cual turista promedio. Sin embargo, cuando me subía a la estación Industriales sabía que bajaba en Universidad y me sumergía en una ficción periodística. Está bien, no vi café pero volé por todo América: las Pandillas de El Salvador, la crisis de Venezuela, el narcotráfico en México o el avance del fascismo en Brasil.

¿Qué me olvidé? El Giratiempos de Hermione Granger para participar de las más de 75 actividades. Talleres, charlas, proyecciones documentales, muestras fotográficas. Desde las 9 hasta las 19 me senté y escuché. No podía salir del Orquideorama del Botánico. Una estructura enorme y abierta, equipada con sillas y un escenario que dolía ver vacío. Cuando los invitados se acomodaban y contaban sus experiencias, cumplían con una regla fundamental del buen periodismo: generar más preguntas que respuestas.

Mentira, sí salía de ahí. No solo para ir al Parque Explora y aspirar más periodismo. Tenía que comer. Como el festival, los platos eran de todos los colores. En vez de ética, sátira, documental, fotografía y el género que se les ocurra, tenía arroz, sopa, jugos variopintos, carnes, legumbres, papas multiformes, frutas. Ambas cartas eran amplias. Una te reventaba la cabeza, la otra el estómago. Pero era necesario cargar el tanque porque sino no aguantaba ¿A quién se le ocurre en tres días hacer tres talleres de cuatro horas y participar de otras tantas horas de actividades?

Qué me importa, si me voy con la cabeza astillada, mejor. En los talleres, que son el corazón del festival, descubrí que siempre me puedo romper el marote un poco más. Para realizarse, eran necesarios un maestro y bancos con escritorios dispuestos en forma de U. Pero el profe dejaba algo siempre en claro: “Ustedes vienen a aprender de mí y yo de ustedes”. Si educar es combatir, educar es también retroalimentarse.

Y a veces olvidamos escuchar. El periodismo no es protagonista, es mediador. Lo importante son las personas y lo que decidimos contar. Demanda ser empáticos, autoconocernos, creer en lo que contamos, medirnos, ser eficaces con las palabras, ser curiosos, estrategas, forzar límites, estar donde la historia está, ser fuertes, romper con la actitud de rebaño, respetar, no automatizar, informar, educar, entretener, provocar, incomodar.

En Medellín encontré un comportamiento antinómico del periodista. Suelen decirnos que el camino lo construimos nosotros solos, que el periodismo nos exige ser independientes. Cada uno estructura lo propio, nadie te ayuda, es una trayectoria solitaria. Pero este oficio requiere del otro. Tenemos que ser solidarios. No ganarse la confianza de la fuente es óbice para narrar una buena historia. No sé si somos independientes pero tampoco sé si somos dependientes. Lo que sí tengo claro: tenemos que cuidar los vínculos que formamos.

El tiempo nos obliga a adaptarnos a los cambios. Desaprender lo aprendido. Evolucionar en tiempos mutantes. Prepararnos para recibir y generar impacto. Ojos abiertos, teclado sensible, pluma afilada, libreta en blanco, cabeza amplia. Entre tanta palabra me olvidé del ron. Me divierto mientras tomo, pienso y escupo. ¿No dije que era un juego? Y sí. Como toda actividad lúdica, entretiene. Si bien me tomé la licencia del “yo”, nunca me voy a tomar la licencia de perder el humor. El periodismo no puede dejarlo y menos que menos no pensarlo como un arma de lucha y militancia.

Educarse y formarse son dos tareas que no empiezan y terminan en el aula. El periodismo no se queda en las paredes de la sala de redacción. En el tren, en el avión, en otro país, en un bar, en mi casa, en sus casas, en Netflix, Spotify, Instagram. Desde que lo elegí me comprometí a estudiar todo el tiempo y para siempre. Soy una esponja, no solo por tomar vino, aguardiente y Cubalibre. Absorbo cosas nuevas todos los días, me entreno para estar atento. Viajar a Medellín para participar del Festival Gabo me enseñó que mi aula es el mundo. Pero, lo más importante: el periodismo es una actitud ante la vida.

*Iván Lorenz es alumno de segundo año de Deportea. Con su crónica “El campo es nuestro” obtuvo el primer premio del Concurso anual de periodismo deportivo que desde 1993 organiza la escuela del que participaron alumnos de segundo y tercer año.

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