martes, abril 23, 2024

Sócrates, del fútbol a la revolución

Matías Tolosa

Pelé, Ronaldo, Ronaldinho, Zico, Romario, Rivaldo fueron sin dudas grandes figuras de la historia de Brasil, sin embargo ninguno se destacó por una cualidad que supere los límites de un campo de juego, esa característica que Sócrates, capitán de la verdeamarelha en la década del 80, si tuvo: conciencia política.

Era época de dictadura militar en Brasil cuando el 8 pelilargo del Corinthians desplegaba el jogo bonito típico de los brasileños y además tenía una manera de pensar relacionada con el carácter revolucionario del Che Guevara, algo complicado para convivir con un gobierno de ese estilo. De todos modos, poco le importaba a Sócrates lo que pensaban los militares. Durante toda su carrera tomó al fútbol no sólo como una diversión, sino también como una herramienta para educar a las personas y él tenía bien claro que sin democracia no importaban los resultados dentro del campo de juego.

El doctor Sócrates, llamado así por sus estudios universitarios en medicina, fue el líder del movimiento ideológico más importante de la historia de su país: la Democracia Corinthiana. Junto al director deportivo y dos compañeros suyos en el conjunto paulista, llevaron a cabo una forma de manejar el club donde cada cosa, por más mínima que sea, debía ser consensuada entre todos los integrantes del plantel, incluyendo cuerpo técnico, médicos y asistentes: democracia. Esta palabra desaparecida por la dictadura en Brasil, fue la bandera de aquel equipo de Corinthians que pronto fue la voz de todo el deporte brasileño. En esos años era impensado que alguien se muestre ante miles de personas en un estadio de fútbol con una bandera que diga “Ganar o perder, pero siempre en democracia”. Ellos lo hicieron y le demostraron al pueblo que podían hacerlo.

Magrao fue parte de las delegaciones de Brasil en los mundiales de 1982, donde fue capitán, y de 1986, cuando se consagró Argentina. Sin embargo, después de eso, con su país en democracia nuevamente, dejó las tierras de San Pablo para ir a jugar a Italia, más precisamente a Fiorentina, donde fue compañero de Daniel Passarella que lo recuerda como alguien que “fue grande en la cancha y en la vida, donde manifestó el compromiso con su gente a través de su propia superación personal y con una intensa acción política y social”. En Europa no logró asentarse a esa manera de jugar ya que para él, el fútbol debía ser un juego divertido, no un trabajo. Por eso decidió regresar a su país natal, pero ya para poner fin a su vida de deportista. Ese adiós dejó un gran vacío en la vida de Sócrates que lo condujo, sumado a su vicio al cigarro y al alcohol, a la muerte por una infección intestinal a los 57 años.

Como no podía ser de otra manera, el año de su muerte no fue uno cualquiera. Ese año quedará marcado por un nuevo título obtenido por su amado equipo, el club que lo acompañó en su movimiento más importante. Sócrates falleció, Corinthians salió campeón y la gente despidió al doctor con miles de brazos extendidos y puños arriba, símbolo de la lucha de la leyenda que despertó a su pueblo. Ese fue el día más feliz de los días tristes.

Más notas