jueves, marzo 28, 2024

Lanús y Zielinski, los retadores de las etiquetas

Por Manuel Rojo

La orden de apagar el incendio. El club como un departamento prendido fuego y el  entrenador cuál bombero al rescate. Ricardo Zielinski firmó en Lanús y será un nuevo capítulo en una novela sin fin. Un paradigma histórico ante una  necesidad urgente. El debate de la ideología generalizada y su importancia. Una eternidad  de frases hechas. El de los fines, las justificaciones y los medios. Un club con la imagen de  sus dirigentes acorralados por los socios, los cuales buscan explicaciones debido a la nula comunicación. La elección del Ruso y el dilema de los “sacapuntos”. 

Nadie se salva de las etiquetas. Zielinski jugó toda su vida en el ascenso salvo la época que  tuvo en Primera en Deportivo Mandiyú y en Chacarita, luego de ser parte del plantel que  devolvió al Funebrero a la máxima categoría. Se retiró prematuramente a los 32 años por  sus repetidas lesiones en las rodillas. Como entrenador siguió el mismo camino del barro.  Desde la Escuela de Fútbol de Carlos Bilardo, hasta reencontrarse con su currículum dentro  de la cancha. Ituzaingó, San Telmo y Chaca se volvieron a repetir. Anotó su nombre en  instituciones como Argentino de Quilmes, Laferrere, Temperley, Defensa y Justicia y El  Porvenir, entre otras. 

Una carrera que parece transitada con remos, pero a él lo enamoró su cotidianidad. Era  reflejo de su persona, porque él siempre se consideró un tipo simple. Llevó una vida  paralela al fútbol y tuvo emprendimientos en su barrio, Lanús Oeste. No porque no pudiese  vivir de lo que ganaba un jugador de la B, sino que nunca quiso depender de una profesión  en la cual el pago no estaba asegurado. Cuando un ajeno opina que la vida de otro es  difícil, suele decir que le tiene que gustar a lo que se dedica, como si fuera algo imposible.  Pero el que la transita se da cuenta de que no existe un termómetro de lo complicado o lo  sencillo, el sentimiento es importante. La pasión no se entiende. Eso es exactamente lo que  movía al Ruso por el ascenso. Laburó desde los 14 años. Empezó a jugar en las inferiores  de San Telmo en una etapa de su vida en la cual puede desenterrar las mejores anécdotas.  Viajaba en el último vagón del tren con los que se colaban. Dentro de ese grupito estaba  Diego Armando Maradona. Ambos bajaban en Pompeya, uno iba a la Paternal y el otro a  Isla Maciel. A veces tomaba el bondi para ir a entrenar, pero también solía ir en bote.  Quizás no era lo más productivo, pero era lo más divertido. Aventuras que compartió con  Marcelo Tinelli en la época de Reserva. Luego de su debut y de destacar en Primera fue  vendido a Argentino de Quilmes a cambio de un colectivo. No había plata, pero el  presidente del Mate era dueño de la línea 148 y la utilizó como método de pago ¿Cómo no  enamorarse de esto? 

La categoría “jugador de ascenso” se trasladó a su época de técnico. Según Zielinski, la ausencia de un mánager en su vida y su rechazo hacia el marketing o las relaciones mediáticas hicieron que su carrera en el banco se haga un poco más cuesta arriba. Él se considera un entrenador que se adapta a sus jugadores y los transforma en su actitud y  entrega en la cancha, más que en la técnica. Busca en sus planteles un paralelismo a su época como futbolista. Volvió a Primera con Chacarita en 2009 y luego lo hizo con Belgrano  en la promoción que mandó al Nacional a River por primera vez en su historia en 2011. 

Luego vino el cuento que todo el país reconoce. Clasificó a Belgrano a copas  internacionales, también lo logró con Atlético Tucumán y Estudiantes, en los cuales alcanzó  cuartos de final de Copa Libertadores. La etiqueta que le impusieron ya había vencido. Sin  embargo, sus cortos pasos por Racing e Independiente lograron que creen un nuevo mote.  El de “entrenador de equipos chicos”. 

La situación actual del país hace que el argentino se abrace más a los pocos rincones de su  vida que le mueven el corazón. Su club de fútbol es uno, pero también coincide con la  vuelta del descenso por tabla anual. Los estallidos sociales son cada vez más comunes en  varias instituciones y hay una palabra que reina en cada una de las situaciones.  Desesperación. Es como la sangre para los tiburones. Allí se meten los representantes,  políticos o incluso los empresarios ajenos al deporte. Muchos dirigentes ceden y el que  sufre es el socio. Dentro de este caos, muchas filosofías e ideologías construidas a lo largo  de los años se tienen que interrumpir o incluso desechar para salvarse del desastre, el cual,  para los equipos de Primera, significa irse a la B. Es ahí el momento en el cual aparece una  rama de entrenadores que la prensa catalogó de “sacapuntos”. Como si fuesen los únicos  capaces de sumar, aunque no vi que utilicen los mismos apodos para aquellos que  mencionan como exitosos, que según los medios son los campeones. Ese fue el motivo por el cual Zielinski arribó a Lanús, otra etiqueta a vencer. Sin embargo, si se repasa la historia  personal del Ruso y de la institución granate, a veces las justificaciones que carecen de un  orden futbolístico, encuentran sentido en el sentimiento. 

“Es del barrio” fue la respuesta. Los dirigentes de la institución de la zona sur del conurbano  bonaerense estaban rodeados por sus socios. El Granate ganó uno de sus últimos quince  partidos. La racha negativa comenzó con el equipo en puestos de Copa Libertadores, para  que hoy esté fuera de todo cupo a copas internacionales, sumado a la eliminación en Copa  Argentina ante Colón y ante el amanecer de una nueva lucha por el descenso el próximo año. A la salida del último encuentro contra Defensa y Justicia, un cordón policial interceptó  la salida de los hinchas que fueron a la popular del Estadio Néstor Díaz Pérez. Botellazos y  los famosos tiros al aire de las balas de goma. Un ambiente irreconocible para un club que  presumió ser un ejemplo. Sebastián Salomón, excampeón como jugador en 2007, fue otro  nombre que tuvo que abandonar el banco de Lanús. La respuesta del socio fue reunirse el  martes a la noche y pedir explicaciones ante una comisión directiva que perdió el rumbo de  los últimos años. Aún así, la historia granate no comenzó en la final del 2017 ante Gremio  por Copa Libertadores. 

Tiene sentido cuando los periodistas identifican a Lanús como un equipo que juega bien aunque el momento sea una excepción. En 1955 irrumpieron en el sur “Los Globetrotters”,  apodados así por el show que exponían los jugadores granates al público al igual que el  equipo de básquet que realizaba giras por el mundo. Ese plantel ganó la Copa Juan  Domingo Perón del mismo año y al siguiente consiguieron un subcampeonato histórico para  el club. La pelea había sido mano a mano ante River y se resolvió a favor del Millonario  sobre el cierre. No era normal que los “equipos chicos” peleen torneos, pero lo más  llamativo de ese Lanús era el juego por abajo y su protagonismo. Algo que se asociaba a  los clubes de más poder, mientras que los rivales resistían los enviones de la camiseta  pesada. El tiempo pasó, el Grana descendió a la B y luego a la C a fines de la década del  70’. Sus agrupaciones se juntaron y trabajaron para sacar el club adelante con la ilusión de  que vuelva a una época similar a la que Héctor Guidi, José Nazionale y Nicolás Daponte. Levantaban la bandera del sur en el país o los albañiles Ángel Silva y Bernardo Acosta  popularizaron las paredes del toque de pelota. 

En 1992 Lanús regresó a Primera y hasta la fecha no volvió a descender. Dentro de estos 31 años pocos fueron los momentos en los cuales estuvieron cerca de bajar, pero si fueron  muchos los momentos de gloria, todos bajo un mismo paradigma. Las épocas del ascenso  con Miguel Ángel Russo o los de la Conmebol de 1996 con Héctor Cúper. Los sistemas de  juego no eran su coincidencia, pero el sentido de pertenencia destacó y convirtió a Lanús en  uno de los mayores y mejores exportadores de fútbol del país. Ariel Ibagaza, Carlos Roa,  Armando González, Ariel López, entre otras vueltas como la de Héctor Enrique. Las  llegadas ajenas que se reconvirtieron como si hubieran sido criados en la pensión del club  como Hugo Morales, Gabriel Schurrer, Marcelo Ojeda, Ángel Gambier y más. Todo  desembocó en un pensamiento que unía las inferiores del club como el fútbol por abajo con  atisbos de verticalidad. Una idea que germinó en la cabeza de Ramón Cabrero y que la  explotó como entrenador en el Lanús campeón del Apertura 2007. Bajo esa idea, la  institución continuó el proyecto con gente del club como Luis Zubeldía y el mencionado  Schurrer en el banco. El título no se volvió a repetir, pero el Grana se acostumbró a  clasificar todos los años a copas internacionales y pelear los campeonatos hasta el final.  Luego decidieron traer técnicos por fuera del club como los mellizos Guillermo y Gustavo  Barros Schelotto y luego Jorge Almirón. Ambos con mentalidad ganadora, de juego de  triangulaciones y posesión de la pelota que desembocó en la obtención de una Copa  Sudamericana en el 2013, de un campeonato en 2016 y de dos copas nacionales. Los  nombres idolatrados acompañaron el paradigma de las inferiores como Lautaro Acosta o  Diego Valeri, al igual que los ajenos como Maxi Velázquez o José Sand. 

El proceso finalizó en la final de la Libertadores en 2017, que también coincidió con la  muerte de Cabrero. Casi como si fuera una metáfora. A partir de ese momento hasta la  actualidad, Lanús tuvo seis técnicos al incluir a Zielinski. Algunos con una idea, otros con la  contraria. El ejemplo es este mismo año. Frank Darío Kudelka logró alejar al club de los  puestos de abajo y posicionó al equipo en la cuarta posición. El Grana no lograba un puesto  tan alto en la tabla desde el campeonato del 2016. Sin embargo, el entrenador nunca se  ganó el cariño de la gente por la baja productividad de sus jugadores en cancha. Los cuales  sí eran efectivos, porque las estadísticas los posicionaban como goleadores y con una de  las mejores defensas del país. Pero de nuevo, el juego no identificaba al hincha y cuando  Kudelka dejó obtener los puntos se tuvo que ir. Ahí los dirigentes tomaron la decisión de  que un entrenador del club como Salomón, el cual pregonaba el juego vertical, la pelota al  piso y que trabajaba con las inferiores, se haga cargo de la Primera. Aún así, cinco partidos  sin victorias alcanzaron para finalizar con el paradigma y devolver la desesperación. La  apuesta de Lanús se caracterizó por ser lo contrario a una apuesta en sí, Zielinski. 

Le decían Polaco de chiquito. Cuando alguien lo llama así, se da cuenta a que etapa de su  vida pertenece esa persona. Se cansó de caminar el barrio y ahora le tocará dirigirlo. El  hincha no tiene paciencia y tampoco le gusta lo que los medios hablan de él. Sin embargo lo  van a bancar, simplemente porque lo conocen de toda la vida. No es del club, así que no es  un propio, pero tampoco es un ajeno. Los casilleros en los cuales lo encerraron hicieron que  fueran a buscarlo. Zielinski y Lanús no sólo se juegan una historia institucional, sino también  la barrera del mito y la caracterización de las comillas en el fútbol. Sacar puntos no es para  cualquiera. Salir campeón tampoco. Pero lo más complicado es enamorar al hincha. Ahora el Ruso enfrentará otra etiqueta en su larga carrera. Antes, la del ascenso. También la del equipo chico. Luego, la del sacador de puntos. La nueva será el “entrenador del barrio”.

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